Walter Vargas - Télam
La visita de un presidente de la FIFA sería trascendente en cualquier caso, pero deberá admitirse que la de Gianni Infantino tiene vida propia y se consumará en tiempos de turbulencias y recelos inéditos entre la Casa Mayor de Zurich y los que cortan el bacalao en la AFA. Turbulencias y recelos, eso sí, que hoy serán ocultados bajo siete llaves o debajo de la alfombra, lo mismo da, en aras de protocolos que amén de su vigor simbólico invitarán a la prudencia de quienes podrían llegar a tener intereses comunes de vuelo alto.
No se trata, desde luego, de esa parte de la agenda que comprenderá el paso de Infantino por la Casa Rosada sino de algo más inmediato, cotidiano y estructural como lo que une a la FIFA con la AFA.
Jamás antes, como desde la asunción del suizo-italiano, la AFA había tenido que andar como bola sin manija entre la pretensión de autonomía y la buena letra dictada desde Zurich.
A Infantino, cuyo mayor crédito residía (¿reside?) en su grandilocuente cruzada purificadora capaz de alejar los fantasmas de la descomunal escalada de corrupción del último tramo de Joseph Blatter, el tristemente célebre FIFA/Gate, le hacía ruido olfatear que la sucesión del grondonismo tuviera un no sé qué a vulgar maquillaje. Esa desconfianza original ha cifrado el vínculo entre la FIFA y la AFA y se ha expresado en términos de singular aspereza en una batalla sorda y a veces no tan sorda entre disciplinador y disciplinado. Entre otras señales de severidad Infantino marcó el territorio con restricciones en la elección del nuevo presidente de la AFA y hasta amenazó con una intervención que pegó en el palo.
Pero hoy, unos y otros vestirán su mejor sonrisa. Un puñado de horas serán las que permanecerá Infantino en el país, pero a Tapia y compañía los tiene sin cuidado: les bastará con clavar la bandera de la organización de la Copa América 2024 y de un modo especial la del llamado “Mundial del Centenario” junto con Uruguay y Paraguay en 2030.
Los que quieren morbo, morbo tendrán y estarán atentos a cada mirada, a cada gesto, a cada palabra, a lo dicho y a lo no dicho, pero salvo que se crucen Bilardo y Menotti, ambos invitados, todo circulará en las calmas aguas de la puesta en escena.